Después de varias semanas sin post, esta noche mis dedos se han lanzado sobre el teclado para compartir con vosotros una reflexión que venía pensando hace un rato, en un paseo nocturno a media noche.
A medida que vas conociendo a personas y te abres a ellas en conversaciones profundas sobre la vida en general, vas descubriendo que todos tenemos "cuentas pendientes", todos tenemos "sueños por realizar", todos estamos en un camino de aprendizaje continuo, consciente o inconsciente. Y la mayor o menor felicidad que percibo en las personas no se fundamenta tanto en cuestiones relativas con "tener" sino en aspectos relacionados con el "ser". La felicidad (o "bienestar espiritual", como me gusta llamarla a mí) se puede sentir en presente (viviendo el momento) o en pasado (recordando el momento vivido). En cuanto al futuro, sólo se puede pensar o soñar una "hipotética" felicidad que, eventualmente, está por llegar. Y si analizamos el contenido de estos tres sentimientos (vivir felicidad, recordar felicidad y anhelar felicidad) podremos observar los diferentes grados de intensidad de las emociones y sentimientos positivos que estos estados nos producen.
Generalmente, cuando vivimos la felicidad (presente), si se trata de momentos relacionados con el "tener", el bienestar producido suele ser efímero, ya que suele agotarse a los pocos días (incluso horas) de haber obtenido aquello que hemos conseguido poseer. En cambio, si vivimos una felicidad derivada de relaciones nutritivas y placenteras con personas a las que queremos o relacionadas con experiencias vitales como, por ejemplo, el disfrute de un día en el mar o en la montaña o el placer de desarrollar nuestra creatividad o vocación artística, es una felicidad que generalmente permanece y, si tenemos suerte, se convierte en ancla positiva para enderezar el barco de nuestra vida cuando las cosas no acaban de funcionar. Personalmente, mi carácter optimista se refuerza al tomar conciencia de los pequeños placeres de la vida que me aportan bienestar y que (casi siempre) están al alcance de la mano de todo aquel que se tome la molestia de observarlos y apreciarlos. Yo les llamo "mis pequeños tesoros" y absolutamente todos están integrados por aspectos de la vida relacionados con el "ser" y no con el "tener".
Con relación al recuerdo de la felicidad vivida (pasado), ¿en qué solemos pensar, en las cosas que teníamos o en las cosas que hacíamos, con quién disfrutábamos el momento, cómo éramos...? Estoy segura que la gran mayoría de vosotros os recordáis felices con personas a las que queréis, disfrutando de aquel momento especial, reviviendo aquella conversación tan profunda o aquel "beso de verdad", imaginando de nuevo aquel amanecer tan espectacular que nunca has vuelto a disfrutar... De esta forma, el pasado "feliz" que se fija en nuestra mente suele estar formado por momentos relacionados con el "ser" o el "estar"... ¿no crees?
Por último, cuando anhelamos felicidad (futuro) es cuando cometemos más errores... Solemos dejarnos arrastrar por los impactos de la publicidad, las modas, los estereotipos sociales, los grupos a los que pertenecemos... Solemos imaginar la felicidad que se supone que deberíamos soñar pero ésta, en muy pocas ocasiones, está reflexionada a conciencia con base a unos valores bien asentados y fundamentada en un proyecto de vida bien definido. Vamos dando tumbos de aquí para allá, movilizados por ofertas, promociones, propuestas de amigos.... Pero en escasas ocasiones visualizamos con claridad nuestros propios sueños y nos limitamos a aceptar los sueños de terceros, interesados e impuestos y que, a simple vista, creemos que nos harán más felices... ¿Y qué ocurre cuando tenemos la suerte de materializarlos? Desde mi experiencia, os diré que absolutamente siempre me he sentido decepcionada, ya que conseguir los sueños que no son propios aporta una felicidad vacía y un sentimiento de esterilidad espiritual que cada vez se me hace más insoportable.
Mi conclusión de toda esta reflexión es que lo que me hace feliz hoy es ser o estar y que tener, a la larga, siempre me ha decepcionado. Además, adopto el aforismo latino "carpe diem" (aprovecha el momento), la actitud optimista ante la vida que da nombre a la película "La vita e bella" y me recreo en ocasiones en recuerdos de momentos felices vividos (para recuperar mi centro de bienestar espiritual, buscando en el presente todas aquellas personas o cosas que creo pueden aportarme sentimientos y emociones similares a las que ya me hicieron sentir feliz). Por último, trato de desterrar al más radical ostracismo el anhelo de felicidad futura, porque hoy no existe y eso es lo que cuenta. Como decía Escarlata O'Hara en "Lo que el viento se llevó"... en cuanto a la felicidad futura se refiere: "ya lo pensaré mañana".